lunes, septiembre 11, 2006

La patologización y administración de las aberraciones (Documento Uno)


Por Orlando Arroyave

Quiero exponer una política de las aberraciones. Una política menuda, local, sin pretensiones universales. Sin embargo, antes de abordarla, debemos indicar algunos hitos históricos de la apropiación y formulación de las aberraciones por parte de las disciplinas médicas y psicológicas que se han encargado, con tanto empeño, principalmente de los desvíos sexuales, desde hace siglo y medio.

Cuando hablamos de aberración, nombramos, si nos atenemos al Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española a la “desviación del tipo o de la dirección normal [...] [proviene del latín] aberrare ‘extraviarse’”.

Y de eso se ha ocupado la psiquiatría y la psicopatología, de la norma y sus extravíos. Para Michel Foucault “el breve período que abarca los años 1840-1860-1875, se organiza una psiquiatría que podemos definir como tecnología de la anomalía.”1

La psiquiatría, y posteriormente la psicología y el psicoanálisis, se ocuparán de la norma, “entendida como [ésta] regla de conducta, ley formal, como principio de conformidad”. Lo anormal se opondrá entonces a la “regularidad funcional, como principio de funcionamiento adaptado y ajustado; lo normal al que se opondrá lo patológico, lo mórbido, lo desorganizado, el disfuncionamiento.”2

La psiquiatría ya no se ocupará sólo, como en tiempos de los alienistas Pinel o Esquirol, del delirio y los trastornos del pensamiento, esto es, el cuadro general de la locura. Su tarea desde entonces será el estudio minucioso y el tratamiento de los comportamientos aberrantes, de los desvíos, de las extrañas conductas, de las singularidades llamativas y preocupantes. Por ejemplo Trélat, un psiquiatra francés de mediados del XIX, relata el caso de un hombre, recién casado, descubierto por su joven esposa, ocho días después de las nupcias, que dedicaba cada mañana “y todos sus cuidados en hacer bolitas con sus excrementos, que alineaba según su grosor sobre el mármol de su chimenea, delante del reloj de péndulo.”3

Este hombre, conde por demás, es diagnosticado como un hombre enfermo, o mínimo, teniendo en cuenta su probidad y sus abolengos, presenta un comportamiento infrecuente, insólitamente peculiar, que requiere de observación e intervención psiquiátrica.

La psiquiatría toma dentro de su esfera de sintomatología comportamientos que antes no eran abordados como tales. Por ejemplo, se ocupará de los obesos y de los alcohólicos. Esta nueva tecnología de intervención tendrá consecuencias políticas. No podemos aquí, más que señalar de paso, lo que Foucault examina como una biopolítica, esto es, una intervención de la vida que busca purificarla de sus taras, terapeutizarla y ensancharla. Se da una administración de la vida. Esta administración y regulación de la vida toma como uno de sus agentes de intervención más importante a los psiquiatras.

La pequeñas aberraciones, si bien no constituye en muchos casos una gran patología, como se da en los casos de la locura, si anuncia un posible preámbulo a la misma. Dentro del campo de las aberraciones se transformarán los pequeños vicios, los comportamientos infrecuentes e involuntarios, en rasgos patológicos o perversos.

La psiquiatría, a pesar de su debilidad epistemológica, se encargará de diseñar políticas sobre la vida. Será en el campo de la sexualidad donde se producirá esta intervención. La sexualidad se convierte así en un campo privilegiado sobre otros comportamientos, puesto que

[...] por un lado, como conducta precisamente corporal, la sexualidad está en la
órbita de un control disciplinario, individualizador, en forma de vigilancia
permanente [...]; por otro, se inscribe y tiene efecto, por sus consecuencias
procreadoras, en unos procesos biológicos amplios que ya no conciernen al cuerpo
del individuo sino a ese elemento, esa unidad múltiple que constituye la
población. [...]
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Hoy puede asombrarnos, como quizá asombre en el futuro la persecución a los consumidores actuales de drogas lúdicas y al tabaco, las campañas en contra de la masturbación que se inició a finales del siglo XVIII y que se extendió a lo largo del siglo XIX, o, en muchos países, entre ellos los del mundo hispano, hasta bien entrado el siglo XX. Las consecuencias eran pavorosas. Tomemos un testimonio de una masturbadora de la década del treinta del siglo XIX

Esta costumbre me arrojó en la más espantosa de las
situaciones. No tengo la más mínima esperanza de vivir algunos años más. Me
alarmo todos los días. Veo avanzar la muerte a grandes pasos [...] Desde ese
momento [en que comenzó este hábito], me afectó una debilidad que fue en
constantemente aumento. A la mañana, al levantarme, [...] tenía
desvanecimientos. Mis miembros dejaban oír en todas sus articulaciones un
ruido semejante al de un esqueleto que se sacudiera. Algunos meses después [...]
al salir de la cama a la mañana, empecé a escupir y echar sangre por la nariz,
tan pronto de color intenso como descompuesta [...] La cantidad de sangre que
pierdo [...] sigue aumentando [...]
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Estos testimonios —algunos apócrifos, o simplemente inventados por los médicos para pedagogizar la juventud o los padres de familia y maestros— estos testimonios, digo, pertenecen a la esfera de la medicina; ya no es la Iglesia la que se ocupará de intervenir, controlar o condenar esta prácticas; es la medicina la que tendrá como tarea intervenir sobre estos comportamientos moralmente condenados.

Son todos estos comportamientos, que escapan a la norma sexual, que se puede resumir como heterosexual, monogámica y reproductiva, los que van a preocupar a los psiquiatras del siglo XIX y parte del siglo XX.

Freud, a pesar de su heterosexismo
Por su parte Freud, sin estar muy lejano de estos presupuestos, interroga en parte con su trabajo de Tres ensayos para una teoría sexual , la sexualidad patrón propuesta por los psiquiatras del siglo XIX.

De este libro quiero señalar dos aspectos que nos interesa para esta exposición. Primero, Freud cuestiona la concepción que separa la distinción entre la sexualidad normal y anormal. Su examen apunta a mostrar que lo que se suele llamar aberraciones sexuales no están ausentes de la sexualidad heterosexual, considerada por el propio Freud como el prototipo de la sexualidad normal, que define como la “unión de los genitales [macho y hembra] [...] en el acto que se designa como coito y que lleva al alivio de la tensión sexual y a la extinción temporaria de la pulsión sexual”.

Para Freud, los comportamientos como el fetichismo, el sadismo, el masoquismo, entre otros, estarían presentes en cualquier acto sexual corrientes, si bien, sin la intensidad y exclusividad que se encuentra en sujetos considerados perversos.

En segundo término, Freud divide las aberraciones en dos clases. En un grupo estarían aquellos individuos, como “los invertidos sexuales”, que “se presentan al observador como una colectividad de individuos quizá valiosos en todos los aspectos”, pero que poseen este rasgo o comportamiento perverso; y por otro, estarían aquellos que parecen de “entrada aberraciones individuales”, como los que toman “como objetos sexuales personas genésicamente inmaduras (niños)”. 6 Estos últimos no podrían hallar, según Freud, un consentimiento social a sus aspiraciones sexuales.

De anterior podemos sacar algunas conclusiones. Freud le da una presencia más amplia a las aberraciones en los comportamientos sexuales habituales que la psiquiatría clásica, a la cual toma como modelo, pero que a la vez interroga. Esto tiene consecuencias. Por un lado, la frontera entre lo anormal y lo patológico es tenue. Por otro, Freud afirma que muchas de estas aberraciones, entre ellas la que él denomina homosexualidad o inversión, hacen o pueden hacer colectividad, en otras palabras, estos comportamientos aberrantes pueden agrupar, hacer lazo sociedad, buscar un reconocimiento social a través de leyes.

Lo importante de estas formulaciones freudianas, que podemos interrogar y considerar como impropias, e incluso como hace David Halperin, señalarlas como homofóbicas, es el de traer las aberraciones a la cotidianidad, el de sacarlas del asilo manicomial o del consultorio del experto.

Freud con su interrogación a la sexualidad heterosexual —si bien él la alentaba a los pacientes, y la consideraba como una meta deseable para todos los hombres—, permitió que muchas de las aberraciones tuvieran una presencia social o cultural, y que fueran incluso despojadas de carácter patológico que les había otorgado la psiquiatría del siglo XIX. Sin olvidar eso sí, que Freud las consideraba, como en el caso de la homosexualidad, un “producto de una detención en el desarrollo sexual”, pues para el fundador del psicoanálisis el modelo para entender la sexualidad no se da en el marco amplia de una pluralidad de sexualidades, sino que cualquier comportamiento sexual tiene como referente y medida la heterosexualidad. En Freud estaba muy presente lo que Judith Butler denomina como “el fantasma normativa de una heterosexualidad obligatoria”.

Por otra parte, durante el siglo XX, a partir de estas tesis freudianas, movimientos de reivindicaciones sexual o teóricos, irán despojando, aunque no exento de tensiones, retrocesos, malos entendidos y apropiaciones consumistas, las aberraciones de su áurea de enfermedad o peligro, y se le dará un lugar —muchas veces difusos— dentro de las prácticas culturales o sociales aceptadas.

Por una política de las aberraciones
Como vemos, por lo relatado anteriormente, a partir del siglo XIX —aunque se requiere investigar cómo y cuándo fue la recepción de estas teorías y prácticas europeos en Colombia—, los médicos han patologizado lo que antiguamente se llamó los pecados y los malos hábitos. Los médicos, en alianza con los administradores de la vida social, han disciplinado, regulado, terapeutizado muchos de nuestros comportamientos. Digo médicos, pero también psicólogos, psiquiatrías e incluso algunos psicoanalistas.

Es verdad que cada vez se ocupan menos de los comportamientos sexuales anómalos, pero su empeño se ha dirigido a alentar una sexualidad que ellos denominan sana. Su interés está centrado en la actualidad en lo que se denomina salud corporal y mental. Se ocupan desde el mal genio hasta el consumo del tabaco, pasando por el consumo de azúcar hasta llegar a la cerveza o la carne cruda.

Los médicos tienen el hábito de inmiscuirse en las pequeñas vidas de sus pacientes. Preguntan, por ejemplo, cuando va uno por dolor del colon o una migraña persistente: “Consume usted marihuana”. Y a uno le provoca contestarle: “¡Y a usted que le importa!”

Estamos siendo acorralados por una tiranía terapéutica. A pesar de sus imprecisiones científicas confiamos en el saber médico y psicológico, en su promesa de salud, de felicidad.

Esta tiranía se presenta en distintas formas. Abordemos dos. Por un lado, por una medicalización creciente de la vida, como la llamó Foucault, o terapeutización de las prácticas cotidianas como las denomina Thomas Szasz. Por otro, se ha radicalizado nuestro pavor a enfermar o morir; se ha promovido casi una paranoia colectiva por la enfermedad. Examinemos esto último antes de abordar lo primero, sobre las terapeutizaciones de nuestras vidas.

Thomas Szasz afirma con ironía, “es como si la idea última fuera llegar a ser un cadáver saludable, porque ninguna medicina nos librará de esa gran verdad que es la muerte.” 12

Y a pesar de eso, aspiramos a la salud como si fuera el puerto de la felicidad. Como si la muerte fuera un accidente que le ha acontecido a otros, y que si logro rodearme de las drogas y los médicos adecuados la muerte se olvidará de mí y me dejará en un limbo temporal.

En palabras de Szasz, “ahora tener un cuerpo sano y hermoso ha sustituido a la antigua concepción religiosa de ser una persona virtuosa. Hasta los políticos lo hacen. Por ejemplo, a un candidato a presidente de Estados Unidos ya no se le pregunta cuántas veces va a misa, pero sí si fuma, si bebe o si su mujer hace gimnasia.”13

Este es el eslogan de una oleada de neomoralismo globalizado: la virtud de los cuerpos sanos, saludable como el rocío de los parajes bucólicos. Las enfermedades han reemplazado, como enemigos, a los extraterrestres y a los comunistas.

Hagamos una profecía entre amigos: Vendrán tiempos peores para los fumadores, para los apasionados de las drogas lúdicas, para aquellos que se excedan de peso o adelgazan más del ideal deseado.

Estas son formas sutiles de control —y así pasamos al primer aspecto que habíamos dejado en suspenso sobre la medicalización y terapeutización de nuestras vidas. En palabras de Szasz:

Para controlar a la gente y también para hacerle pensar que su vida va a ser más
feliz. Ahora se deposita una fe ciega en la medicina, pero antes se hacía en la
religión. Así se llega a pensar que con la cirugía plástica, las dietas, el no
fumar —o sea, con las prohibiciones—, se va a ser más feliz. Pero todos sabemos
que al final vamos a morir.
14


Desde su nacimiento hasta la muerte, pasando por el ingreso a la escuela o a un trabajo, o la solicitud de un visado, se requiere de un médico. Es nuestro custodio como ayer era el sacerdote. Además porque tras cualquier intervención está presente la industria farmacéutica. Nuestras vidas son reguladas por la medicina. Sometidas por la medicina. En nuestra relación con la medicina nunca alcanzamos “la mayoría de edad”, que postula Kant. Cada médico o psicólogo, en su consulta o a través de sus campañas nos enseñan lo que es la salud y lo que es la enfermedad. Por ejemplo, con las campañas contra las drogas

En nuestro mundo —afirma Szasz— se piensa que se deben
ilegalizar algunas sustancias, pero no la Coca Cola, el café o el jamón de cerdo
ibérico. Los gobiernos nos tratan como a niños. Si nos trataran como adultos no
tendrían derecho a determinar lo que los demás debemos o no tomar. Cada uno debe
saber lo que le hace daño o le beneficia. No porque algo sea legal hay que
consumirlo. El exceso de cualquier cosa es siempre malo, pero la decisión de
tomarlo es personal. Tan dañino es abusar de la comida como de la religión o de
las drogas. Moderarse significa madurez y detrás de las prohibiciones hay pocas
ganas de que los hombres seamos adultos de verdad. De hecho, históricamente las
prohibiciones son bastante recientes. Por ejemplo, en Estados Unidos no se
prohibió la heroína hasta 1914. Ahora puede comprarse tranquilamente un arma,
pero no una jeringuilla hipodérmica. Es absurdo.
15


Una sociedad terapeutizada jamás es interrogada. Se asume que son los expertos los que hacen todo por nuestro bien. Esa política se asemeja a las políticas de seguridad. Todos los controles los hacen por nuestro bien. Pero aceptar la administración médica o psicológica es desresponsabilizarnos de nuestras decisiones, de nuestros pequeños extravíos. En palabras de Szasz, “uno debe ser su propio amo, su propio maestro, aunque te consideren antisocial. Porque ningún sistema te va a dar una respuesta de vida: ni la psiquiatría ni la política ni la economía. Y eso te hace responsable de tus propios errores. Ahí es donde muy pocos quieren aventurarse”.


Gracias a todos ustedes por escuchar este pequeño apólogo de las aberraciones.
ooo
Notas

1 FOUCAULT, Michel. Los anormales. FCE. México. p. 156.
2 Ibíd. p. 155. (El subrayado es del autor)
3 Citado por Foucault. p.144
4 FOUCAULT, Michel. Defender la sociedad. FCE. México. p. 227.
5 FOUCAULT, Michel. Los anormales. p. 225.
6 FREUD, Sigmund. Tres ensayos para una teoría sexual. Las aberraciones sexuales. (traducción de José Etcheverry). Versión electrónica.
12 Entrevista a Thomas Szasz. Revista electrónica Opera Mundi. Enero del 2001. México.
13 Ibíd.
14 Ibíd.
15 Ibíd.