lunes, septiembre 11, 2006

Tres preguntas en torno a la sexualidad contemporánea


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Quiero iniciar este encuentro con un fragmento del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa: “Supongamos —escribe Pessoa— que veo frente a nosotros una muchacha de maneras masculinas. Un ser humano vulgar dirá de ella: ‘Aquella muchacha parece un chico’. Otro ser humano vulgar, ya más próximo a la conciencia de que hablar es decir, dirá de ella: ‘Aquella muchacha es un chico’. Otro más, igualmente consciente de los deberes de la expresión, pero más animado por el apego a la concisión, que es la lujuria del pensamiento, dirá de ella: ‘Aquel chico’. Yo diré: ‘Aquella chico’, violando la más elemental de las reglas de la gramática […]”(p. 102).
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Este fragmento de Pessoa lo evoqué cuando leí una crónica de periódico. Tenía por título: “La profesora Guillermo” (El Espectador el 4 de julio de 2004). Era una provocación mediática lo sé; el periodista se divertía con el personaje sin comprenderlo bien. No quería comprender, sino entretener a los lectores. Esta crónica imperfecta me permitió formular tres preguntas a las sexualidades contemporáneas, teniendo en cuenta al personaje y a algunas de las respuestas dadas al periodista, y que quiero compartir con ustedes.
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La crónica relata que Guillermo Baptiste es hoy Brigitte, y es profesora de la Universidad Javeriana de Bogotá. Y es a su vez la profesora más respetada de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales. Es además aspirante al título de doctor (o doctora) en su disciplina.
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Se ha casado dos veces. El primer matrimonio fue un fracaso: Guillermo, antes de ser Brigitte, le confesó sus propensiones a su esposa: su gusto por los vestidos femeninos y los adornos; ésta lo abandonó. Luego se casaría con Adriana —que según el reportero es una “mujer muy linda”—, con quien tiene una hija de 4 meses y otra de 2 años y medio.
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En este segundo matrimonio encuentra en su esposa una compañía y apoyo a su elección. Y, dejando a un lado los prejuicios, decide “ser una mujer”. Por tanto, cuenta el reportero, Brigitte, a sus cuarenta años, “se maquilla el rostro (¿qué otra cosa podría maquillarse?)”, se ha teñido el cabello de rubio y se lo ha dejado crecer “hasta la cintura”; además se pinta las uñas, usa blusa negra ceñida, carterita y tacones, y, a veces, como el día de la entrevista, usa “unos aretes del tamaño de una lámpara de techo”.
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Y así, con esa nueva indumentaria, con los signos manifiestos e indubitables de ser una mujer, asiste a esta universidad bogotana, donde no encuentra rechazo.
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Este personaje que parece sacado de una película de Pedro Almodóvar, nos permitirá emprender tres reflexiones, que a la vez son tres preguntas, y que a continuación abordaré, sobre la sexualidad, la sexualidad como “el diagnóstico del presente [y que] apunta esencialmente a disipar nuestra identidad” presente.
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En primer lugar, percibimos un incomodo del periodista, y que puede ser nuestro propio incomodo, y es el lenguaje. ¿Cómo asignarle un género? O más aún, ¿cómo darle un rol? Brigitte es una profesora, pero para algunos es un profesor; está casada con otra mujer, entonces, ¿es una esposa? ¿Es padre o madre?
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Estas manifestaciones de la sexualidad rompen la gramática. Sabemos que históricamente el lenguaje se ha convertido en nuestro más importante referente. Nos resulta hoy impensable examinar al hombre sin el lenguaje. Y sin embargo quizá el hombre pueda ser pensado de otra manera. En el futuro posiblemente no sea nuestro único referente y determinación. Hoy avizoramos que será la biología molecular y la ingeniería genética las que quizá sean nuestro horizonte futuro.
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El lenguaje para nosotros los contemporáneos es un espejo y es un campo de batalla. En él se libran las identidades y todas las contiendas, incluyendo las sexuales. Sin embargo hay una opacidad y una indefinición misma del lenguaje, una sospecha de que el lenguaje entraña peligros, exclusiones, humillaciones, oscuridades. Tomemos algunos ejemplos, antes de tomar las palabras de Brigitte y su reflexión sobre el género.
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Robert Hughes en su delicioso libro La cultura de la queja nos da algunos ejemplos de estas batallas. ¿Quién puede negar que nuestra sociedad occidental, a pesar de sus cacareas prédicas de Derechos Humanos, es una sociedad de dominaciones y exclusiones, y es en el lenguaje donde se expresan y se reparten los lugares de las jerarquías? Y esto se refleja en nuestra cultura. Pero se ha llegado a una sutileza política que exagera los reclamos y la trivial semántica. El lenguaje se ha tornado no sólo sospechoso sino paranoico. Entre los ejemplos que trae Hughes hay algunos muy ilustrativos de esa paranoia propia de la corrección política. No se debe decir paralítico sino “disminuido físico”. “No ‘fracasamos’ sino que no ‘conseguimos’”. “No somos ‘yonquis’ sino que ‘abusamos de ciertas sustancias’”; “no somos ‘subnormales’ sino ‘disminuidos psíquicos’”. “Los enanos no son enanos sino personas pequeñas o personas ‘Verticalmente desajustadas’”.
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“¿Quizá —se pregunta Hughes trayendo otro ejemplo— el homosexual supone que los demás aman más o le odian menos porque le llaman ‘gay’, una palabra rescatada del argot criminal inglés del siglo XVIII que implica prostitución y vivir del cuento?” Es el eufemismo como arma política e ingenuidad política.
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Pero donde se libran las mayores batallas es en el campo del género. Hughes trae un ejemplo: “Se supone que las palabras con el afijo man [hombre] tiene género y por lo tanto insultan a las mujeres: por ejemplo, mankind [humanidad] implica que las mujeres no son humanas. Así que en lugar de chairman [presidente y literalmente ‘hombre-silla], tenemos la molesta chairperson [persona-silla] o sencillamente chair [silla], como si el infortunado presidente o presidenta de una entidad tuviese cuatro patas y respaldo”.
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En nuestro medio, más allá de los ejemplos de Hughes, tenemos los incómodos las y los, las (os) niños (as), y demás intentos de contener con el lenguaje las injusticias sociales y la dignidad aplastada de la mujer. Es el platonismo político; el lenguaje es menos riesgoso que las acciones concretas para socavar un orden que no lo conmueven las palabras, o que éstas no importan mientras puedan rentabilizarlas o continuar sometiendo sin tambalear los predominios.
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Para nuestro intelectuales, escribirá, Leo Bersani, “[...] el pene ha sido edulcorado y sublimado en el falo como significante primero; el cuerpo debe ser leído como un lenguaje[...]” (Leo Bersani, ¿Es el recto una tumba?. p. 66).
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Y esta es nuestra primera pregunta en este encuentro: ¿Ha cambiado en algo estas modificaciones gramaticales la relación con los géneros y la ganancia de derechos? O mejor, ¿qué consecuencias políticas reales, en la lucha por el reconocimiento, ha tenido esta proliferación de eufemismo? No quiero hablar de las consecuencias morales (la hipocresía que alienta estas torceduras del lenguaje), sino de las ganancias reales para el respeto de los individuos humanos, sean hombres homosexuales, mujeres, disminuidos físicos, grupos étnicos o, simplemente, la humanidad excluida. Yo diría que poco. Si bien el lenguaje es un campo de exclusión, y es un anticipo del exterminio en muchos casos (por ejemplo, los “desechables” nuestros), es sólo el efecto de cierto idealismo que sobrevive en nosotros el de considerar que el lenguaje es nuestro único mundo, nuestra única esperanza, nuestra victoria política más gloriosa. El lenguaje, como la exaltación paroxística de las proximidades y las diferencias de eso que llamamos hoy hombre o mujer, es el escudo débil que nos protege contra la injusticia, que talvez consentimos incluso con nuestros pesimismos.
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Brigitte con su acto fue más allá de la batalla política por el los o las; su cuerpo es la presencia viva de la política; de la nueva política: el acto existencial, vivido, refrenda una batalla política, una pequeña —grande victoria— más allá de los discursos. En palabras de Brigitte Baptiste: "Me parece que las categorías hombre-mujer son insuficientes para definir al ser humano. Además, hace rato debimos haber resuelto los problemas de género para ocupar el cerebro en asuntos más importantes”.
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Sí, esta profesor (o profesora o señora o señor, lo que usted quiera) ha trastocado nuestro lenguaje con un acto inédito —quizá inédito para nosotros—; y como consecuencia rompe todas nuestras categorías. Porque Birgitte está tan perpleja como nosotros ante la pregunta, un tanto artificiosamente profunda del periodista, que le espeta “¿qué es ser mujer y qué hombre?” Y Brigitte echa mano a su saber, a sus perplejidades, para responder: “¿Es anatómica? ¿Tener los senos más grandes significa ser más mujer? Si fuera anatómica, ¿por qué basar la diferencia en caracteres sexuales secundarios? ¿Por qué entonces no decir que a más grande la vagina, más mujer se es? No. Es cultural. Cada cultura determina qué es hombre y qué mujer. La naturaleza no tiene esos prejuicios, la diversidad es lo que la caracteriza y es su respuesta al ambiente. Por ejemplo, en ciertas clases de peces, cuando hay muchos machos en un cardumen algunos cambian de sexo. Por eso estoy en la universidad, porque el problema de géneros hay que pensarlo, discutirlo, asumirlo con profundidad, pero también con humor. No volverlo un escándalo”.
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Dejemos de lado para otra ocasión su respuesta un tanto esquemática de que el sexo lo determina la cultura, y retengamos su asunción de su estrategia política que yo resumo en dos acciones: la opción por la diversidad y la propuesta de que el problema de género hay que pensarlo (utiliza una palabra que me incomoda, “profundidad”, asociada al pensar) con humor.
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Asumiendo la primera de las acciones políticas de Brigitte (“la opción por la diversidad”), exploro la segunda de las preguntas de este encuentro: ¿Es posible que la diversidad prospere —y no sólo hablo de la diversidad sexual— en un mundo que tiende al pensamiento único, a la negación de lo plural, ya sea por fanatismo políticos y religiosos, o por la cultura de masas que sirve de instrumento ideológico para legitimar —las palabras son de Adorno y Horkheimer— “la porquería que producen deliberadamente? Ante la pregunta anterior Brigitte da una respuesta negativa:

¿Quiénes son los más intolerantes frente a esta
decisión suya de ser y vestirse como mujer?
“Los actores
armados. Hace 8 meses hice un viaje a Magangué a un proyecto de desarrollo
rural. Cuando preparaba el regreso, me hicieron llegar un mensaje: ‘Aquí a los
peludos, con aretes y tatuajes, los echamos al río’. Pese a que con la comunidad
no tuve ningún problema”.


La “opción por la diversidad”, principio de la acción política de Brigitte, no es posible en un país democrático —con seguridad o sin ella— como Colombia. Grupos armados —de derecha, de izquierda, regulares, qué más da— niegan esta posibilidad de la diversidad. En el mundo todo hay una radicalización de la derecha moral; Colombia, como periferia y satélite sin dignidad, es eco de esos aires.
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Porque no es el caso solitario de Briggite; todos sabemos que en muchos pueblos pequeños y distantes como Magangué, o barrios de las medianas y grandes ciudades —para no hablar de veredas y paramos—los grupos armados, que se les llama eufemísticamente (el “los y las” de la política colombiana) ilegales, con consentimiento o sin él, de las autoridades estatales o comunitaria, matan a los peludos, a los máricas, a los desechables, los marihuaneros, a una piroba, a una zunga… Aquí no importa las campañas pro @ o las y los niños(as), pues mientras los y las se les enseñan estas trivialidades lingüísticas ven, oyen o padecen los exterminios de hombres armados que exterminan a los que son diferentes, a los peludos, a los máricas, a los desechables, a los marihuaneros, a una piroba, a una zunga…
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Pero no sólo Colombia vive este conservadurismo, aun países como Argentina eso también acontece. Aunque allí se vive otros contrastes. Mientras en diciembre del 2002 se aprueba en Buenos Aires una ley que garantiza el derecho a registrar las uniones homosexuales ante la ley, en julio del presente año se vota una ley, el Código de Convivencia Urbano, promovido por antiguos embajadores de los gobiernos militares y miembros del Opus Dei. Dicho Código penaliza la protesta social, reprimen las ventas ambulantes y prohíben la oferta y venta de sexo en espacios públicos.
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Las nuevas visibilizaciones o transformaciones sexuales conducen a una radicalización del pensamiento de derechas. Frente a las legalizaciones de las parejas homosexuales en Norteamérica y Europa responde, por el ejemplo, el Vaticano: “El matrimonio sólo existe entre un hombre y una mujer […] El matrimonio es sagrado, mientras que los actos homosexuales son contrarios a la ley moral natural”. Y agrega el Papa, de verbo ad vérbum, que los países que legalizan los matrimonios homosexuales lo habitan personas “con mentes profundamente desordenadas.”
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Sin embargo estas condenas y proclamas encuentran oposiciones a su vez. Cuando se debatía el Código de Convivencia Urbano un grupo espontáneo de travestis, prostitutas, vendedores callejeros y gentes de izquierda se tomaron el edificio de la Legislatura de Buenos Aires haciendo destrozos y enfrentándose a piquetes policiales.
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Se ha perdido el miedo a las fuerzas de derechas. Nicke Johansson, defensor de derechos de los homosexuales en Suecia afirma, sin el temor de otros tiempos, que el Papa es “irrelevante” para el mundo moderno: “Él no está sólo viejo; está muy pasado de moda”. Además existen nuevas formas de resistencia y oposición. El instrumento es Internet. Un ejemplo que puede ser irrelevante, pero que puede servir de referente para futuras luchas.
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En las grandes ciudades se reúne un grupo de personas ante un gran almacén, un edificio gubernamental o un espacio público; todos han sido convocados por Internet. Se agrupan, gritan, se lanzan al suelo, y cuando los guardias de seguridad o la policía llega ya se han dispersado. Otro ejemplo: unas cien personas se paran al frente de la Casa Blanca. Todos han sido citados por Internet. Todos comienzan hacer como gallinas, se tapan los ojos y exhiben pancartas incomprensibles.
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Los periódicos llaman a estas congregaciones de manifestantes “multitudes relámpago”. Ya se han contabilizado estas protestas en cerca de 40 ciudades de todo el mundo. Entre ella Sao Paulo. Cuenta la crónica que una de estas concentraciones ocurrió

[…] en una esquina de la Avenida Paulista, corazón financiero de la
ciudad de Sao Paulo. Alrededor de doscientas personas, según las autoridades,
llegaron al mediodía a la céntrica esquina y comenzaron a atravesar la avenida.
En medio de la calle, mientras el semáforo impedía el paso de los carros, los
manifestantes se quitaron sus zapatos y golpearon el cemento, gritando frases
incomprensibles. Instantes después se dispersaron sin decir nada.


En el Central Park una multitud cantó como pájaros y agitaron los brazos como alas durante media hora. En una librería cerca de 100 personas pidieron al mismo tiempo un libro inexistente.
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Estos ejemplos, un tanto curiosos e irrelevantes, permiten conservar un moderado optimismo. La resistencia es la forma de evitar que el poder absoluto, la propensión de algunas sociedades y culturas, impongan una visión única, solapen la diversidad.
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Resistir es necesario, política y éticamente necesario.
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Esto nos lleva a la tercera pregunta, y última de este encuentro: ¿Cómo mantener una singularidad en medio de una propensión a la homogenización de la sociedad contemporánea?
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Horkheimer escribió alguna vez que debemos ser pesimistas en la teoría y optimistas en la acción. Y Brigitte con su acción es optimista. Cree que a pesar del exterminio, que la amenaza, de la homogenización propuesta por la cultura de masas, es posible la diversidad; ella o él, o hijo o de la hija de la @, es la manifestación real, concreta, de esa diversidad.
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Habíamos dicho antes que la identidad (y podríamos reducir frívolamente esta discusión en un supuesto polo hombre-mujer), la identidad, cualquier identidad, no sólo la sexual, es una estrategia, esto es, es el intento de producir un efecto sobre los otros. Yo diría que es una estrategia, en el sentido político, de resistir a la homogenización actual, al ahogo que producen los estereotipos identitarios.
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Toda identidad es un juego que interpela a los otros en sus seguridades. De ahí la amenaza que suscita en grupos armados. El exterminio es una forma de preservar un orden que se cree amenazado. La alteridad extrema o radical que representa Briggite trastoca los modelos existentes.
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Podemos enfrascarnos, como hacen algunas feministas anglosajonas, en la necesidad de eliminar las páginas políticamente incorrectas de Shakespeare, pero esto, insisto, es irrelevante. El problema es de supervivencia.
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He dicho supervivencia, y quiero aclarar este concepto. Cuando escribo supervivencia me refiere a dos hechos; por un lado, la necesidad de preservar las formas más diversas en que se manifiesta la cultura humana; por otro, no acallar las singularidades, esto es, la proyección de mi diferencia inconmensurable con los otros.
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Lo primero, si bien no es simple, podemos formularlo así: hay manifestaciones humanas que se encuentran más amenazadas que otras; unos grupos excluidos pueden luchar por la dignidad, por el reconocimiento, los derechos; otros grupos, pongamos por ejemplo, algunos grupos indígenas en América Latina, y en particular en Colombia —más allá de la dignidad, el reconocimiento, sus derechos— luchan por su supervivencia física. Incluso en toda lucha debe establecerse prioridades.
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Lo segundo es una opción ética que yo llamaría de segundo orden: y es el ideal de poder expresar la singularidad en una cultura que sólo admite las peculiaridades que no amenazan el orden presente. Esto es, admitimos la diferencia (la fórmula consabida y frívola de que “cada uno es un mundo”), siempre y cuando ésta no interrogue la tradición religiosa, política, sexual, etc.
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Esta opción ética, la de manifestar la singularidad más allá de las amenazas que se abaten sobre un individuo, como en el caso de Brigitte, debe considerar algo importante expuesto por Didier Eribon en su libro La moral de lo minoritario, para lo que este filósofo denomina las “subjetividades minoritarias”, tomado de la obra literaria de Jean Genet:
[…]la idea de un ‘nosotros’ imposible al mismo tiempo que
inevitable, de una comunidad marcada por lo provisional y lo efímero, y que se
deshace a medida que se elabora; de la vida minoritaria como ‘ruptura’ y
‘discontinuidad’ dentro un mundo mayoritario marcado por la ‘continuidad’; de la
moral como estética, es decir, como creación de sí mismo y reorganización
siempre por recomenzar de ‘pedazos’ que sería vano pretender reunir un día en
una totalidad cerrada y concluida...


Estas palabras proponen una tensión y una ética; una tensión, pues entre ese nosotros que nos da una identidad, pero que socava nuestra singularidad sofocando toda ruptura —ya sea por la vida armada, ya sea por el reforzamiento de estereotipos identitarios propuestos por los medios de comunicación—, esta tensión, digo, puede dar un espacio para la creación, esto es, una transformación social y subjetiva; en suma, es necesario alentar una ética y una política para cada uno de los hombres y mujeres que deseen inventarse constantemente, para recomenzar esa empresa casi imposible —tal vez ilusoria— de ser siempre distinto.
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Gracias.
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Auditorio de Comfenalco, 7 de septiembre de 2004

1 Comments:

At 4:16 p. m., Blogger Brigitte BB said...

Desde el malestar original de la entrevista quería leer algo que me ayudara a procesarlo. Gracias.
Brigitte LGB

 

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