sábado, noviembre 11, 2006

Experiencias extremas y transformación subjetiva

Por Orlando Arroyave


“Nosotros los hombres modernos, gracias a la complicada mecánica de
nuestro ‘cielo estrellado’, estamos determinados —por morales diferentes;
nuestros actos brillan alternativamente con colores distintos, raras veces son
equívocos, —y hay bastantes casos en que realizamos actos
multicolores”.
[1]

Esta conferencia ha sido trastocada, en su preconcepción, por la contemplación —una contemplación que aspira al silencio que evoca el despojo humano— de unas imágenes, que si nuestro vocabulario logra nombrar, llamaremos autorretratos místico-desechos del artista David Nebreda.

Las fotografías de este artista son composiciones —una composición que “liga la sangre, el dolor y la geometría”— de un “precadáver” que nos lleva hasta la obscenidad de contemplarnos.

En cada rectángulo y cuadro fotográfico y pictórico expone artísticamente el cuerpo martirizado de un hombre que aspira al despojo y al dolor: una cuchilla hunde su filo en los surcos de las huellas digitales del artista; su cuerpo famélico, tras largos días de ayuno, está marcado por varios estelas dejadas por el filo de un cuchillo (algunas veces el cuerpo del artista está de pié, malamente cubierto con jirones que asemejan una mortaja roída por un cuerpo en descomposición; otras el cuerpo está arrojado en un lecho de sábanas que recuerdan un hospital); su rostro se cubre de mierda, exhibiendo[2] lo que uno de sus presentadores llama “una de las creaciones más verdaderamente abyectas de todo el siglo XX”[3]; en otra fotografía introduce su mano en la llama azul de un triángulo-Dios, exponiéndola por unos segundos mientras logra la composición visual adecuada; sus pinturas, también autorretratos, están hechas de sangre y excrementos, mostrando la humillación, el martirio y la santidad, al igual que en su obra fotográfica.

Para Jean Genet

No hay para la belleza más origen que la herida, singular, distinta
para cada cual, oculta o visible, el que todo hombre guarda en su interior, que
preserva y a la que se retira cuando desea abandonar el mundo por una soledad
temporal pero profunda.
[4]


Estas palabras se aplican a Nebreda; mas aquella “herida, singular, distinta para cada cual, oculta o visible”, que posibilita la soledad, se hace manifiesta como laceración, surco de filo de cuchillas o quemadura en la piel del artista: su cuerpo es la superficie en que se lleva a cabo la obra.

Nebreda acepta que es un esquizofrénico, y expande las posibilidades estéticas de su tendencia a la automutilación, al despojo, a la fragmentación de su subjetividad, a la aspiración a la nada, a su fe en su martirio sagrado; en cada obra suya —que requiere varias semanas de laceración, de ayunos, de abstinencia sexual, de soledad y destierro, como un deportista negativo que aspira a la anulación corporal— Nebreda pretende superarse a sí mismo, traspasar los límites corporales, para lograr un ascesis, una transformación subjetiva. El cuerpo vejado es la vía de esa transformación.

Podríamos rápidamente proponer otros artistas como Orlan, la estrella del carnal-art. Desde 1990 Orlan ha practicado varias operaciones estéticas “para producir La obra maestra absoluta: la reencarnación de Santa Orlan, un ‘arte carnal’ en vivo destinado a transformar su cara en un collage de rasgos célebres”.[5] Orlan pretende tomar los rasgos más importantes de la pintura clásica y llevarlos a su rostro. Uno de sus eslóganes es: “HE DONADO MI CUERPO AL ARTE”. Y añade: “Soy la artista que ha ido más allá”.[6]

Esta afirmación podría ser interrogada, pues si nos atenemos al arte contemporáneo, Nebreda ha logrado expresar por medio de sus autorretratos lo más singular del hombre y artista: el dolor; el dolor como soledad. O en palabras de Genet: “La soledad, como yo la entiendo, no significa condición miserable, sino más bien realeza secreta, incomunicabilidad profunda, pero conocimiento más o menos obscuro de una inatacable singularidad”. [7]

Nebreda radicaliza su singularidad: el espectador que contempla su obra “está avergonzado, estremecido y asustado”; hay una distancia que se da por la vía de la repulsión, el llanto o las bascas de los contemplan estas imágenes.

Estas imágenes insólitas, expresan la radicalización —y el artista logra llevar esta aspiración hasta el sacrificio de sí— que está presente en los contemporáneos: la intensificación de la sensación corporal. Sabemos bien que el cuerpo ha sido tomado como
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campo de batalla con escaramuzas ideológicas sobre el derecho al
aborto, el uso de tejidos fetales, el tratamiento del sida, el suicidio
asistido, la eutanasia, las madres de alquiler, la ingeniería genética, la
clonación incluso la cirugía plástica subvencionada para personas
encarceladas.
[8]



Pero a la vez el cuerpo, más allá del “campo de batalla”, es el espacio privilegiado de los contemporáneos para escapar a la monotonía de ser, la intensificación corporal para una transformación subjetiva. Exploremos algunos ejemplos de la aspiración presente de intensificar las experiencias corporales antes de tomar el concepto de transformación subjetiva.

En los ejemplos que tomaremos hay un más allá del sexo como lo solemos entender: es la intensificación no sexualizada del cuerpo, si entendemos por esto último no la búsqueda de la eyaculación, de la erección, de la excitación sexual, de la intervención de los genitales, sino un placer que toma el cuerpo como un topos para la intensificación corporal, o como lo define Foucault, como experiencias de “desexualización del placer”[9].

Quisiera continuar explorando el dolor, que es tomado por Nebreda para sus aspiraciones estéticas y ascéticas, y ponerlo como uno de los objetivos de las experiencias extremas sexuales de ciertos hombres contemporáneos.

El primer ejemplo es una viñeta de una comunidad sadomasoquista, estudiada por Robert J. Stoller en su libro Dolor y Pasión [10]. Stoller quiere en su libro, a contramano de la tradición de sus colegas, psiquiatras y psicoanalistas, que empiezan, según sus palabras, “con generalizaciones (por ejemplo, con una teoría psicoanalítica del masoquismo) y luego adaptar a las manifestaciones a la teoría [proponer en cambio] [...]recoger observaciones naturalistas que sean extensas y detallas”. [11]

Uno de sus entrevistados relata su relación con el dolor.
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[…] ser tatuado debajo de la rodilla o por encima del tobillo,
donde la piel es delgada, encima del hueso […] Dale y dale, siete horas. Uno se
debilita; pero no quiere dejar. Es una terrible, abrumadora y cruel ordalía
física. Ninguna sesión de S&M se compara con siete horas de tatuaje. Como
azotador, podría dar latigazos hasta el agotamiento antes de poder suscitar la
sensación que una persona tendría después de tres horas esto. El instrumento del
artista del tatuaje es eléctrico. La que hace el trabajo es la aguja, así que no
se cansan. Y la intensidad de los pinchazos no varía.
[12]


El dolor es exaltado, ya sea como teatro, ya sea como transacción comercial, ya sea como experiencia, por estos hombres y mujeres que son tomados por el psiquiatra y psicoanalista Robert Stoller como un trabajo de investigación de “etnología urbana”.

Huir del dolor es ya una peculiaridad de la modernidad, y propiciarlo como experiencia consentida y exaltada es uno de sus desafíos. Nuestra industria farmacológica y médica está diseñada para contener el dolor. Dejamos sólo el dolor como una arma política, que utilizan los gobernantes y sus justicieros, y condenamos la búsqueda del dolor como práctica sexual —aunque nunca está del todo ausente en nuestras prácticas—.

Aquí la intensificación del placer está ligada al juego estratégico de poder y dominación, “de resistencia, de inversiones de las situaciones y las posiciones”[13]. Podríamos cuestionar el carácter subversivo de estas prácticas como hace Leo Bersani[14], pero lo que nos interesa señalar es cómo esta opción por el dolor es uno de los modos en que los contemporáneos enfrentan la experiencia, superando unos límites corporales.

Para McLuhan, citado por Dery,
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La excitación y el sadismo son casi gemelos. Y para los que el acto
sexual se ha convertido en algo mecánico, mero encuentro y manipulación de
miembros, siempre queda un deseo inextinguible que podría llamar metafísico,
pero que no reconoce como tal y que se intenta satisfacer con el peligro físico
y a veces con la tortura, el suicidio o el asesinato.
[15]


Es la esperanza, incumplida y olvidada a cada instante, de un más allá del límite. Y para lograrlo se recurre a la tecnología. Gerard van der Leun, dirá con sorna que “el sexo es un virus que casi siempre infecta primero a las nuevas tecnologías”[16].

La tecnología es la promesa contemporánea de sobrepasar el límite de la experiencia: aspiramos a una experiencia inédita. Sí con el S&M se busca “inventar nuevas posibilidades de placer, utilizando algunas partes bizarras de su cuerpo, erotizando este cuerpo”, como afirma Foucault, como una “suerte de creación”, la tecnología puede sobrepasar las fronteras de placer corporal o mental al que estamos habituados. Ya se trate de alta tecnología (Internet) o tecnología casi paleolítica (el dildo)[17], ésta constituye un instrumento eficaz para el placer.

El escepticismo sobre la invención de nuevos placeres que manifiestan algunos psicoanalistas no es compartida por los diseñadores de tecnología o drogas lúdicas. Para ellos las posibilidades del placer, si bien no son ilimitadas, sí son impensables para nuestras experiencias actuales.

Ahora bien, ¿qué efectos tienen estas prácticas o tecnologías que ofrecen experiencias extremas a la subjetividad?

Quiero dar un rodeo, y proponer una concepción nietzscheana de la subjetividad, y para ello me basaré en la lectura y propuesta de Alexander Nehamas[18], antes de articular prácticas extremas y transformación subjetiva.

A lo largo de estos encuentros hemos formulado la hipótesis de que no existe una identidad ni sexual, ni género, etc., definitiva e inamovible. Quiero dar una caracterización abierta y posible de ser interrogada sobre la subjetividad, o experiencia interior: toda subjetividad es múltiple, cambiante y sin un fundamento último. En palabras de Nietzsche:

Creer en el alma como algo indestructible, eterno, indivisible,
como una mónada, como un átomo: ¡esta creencia debería ser desterrada de la
ciencia! Entre nosotros, esto no equivale a liberarse de “el alma” al mismo
tiempo. [...] Pero despejado está el camino para nuevas versiones y
refinamientos del alma-hipótesis; y conceptos tales como “alma mortal” y “alma
como multiplicidad subjetiva” y “alma como estructura social de los impulsos y
efectos” desean tener, de ahora en adelante, derecho de ciudadanía en la
ciencia.
[19]

Al sostener que lo que llamamos subjetividad es una experiencia que puede transformarse, sobrepasamos la visión del sujeto-sustancia, y damos paso al sujeto-forma. Ese sujeto-sustancia tendría, de acuerdo a la cita anterior, las siguientes características: es mortal, es múltiple y tiene una “estructura social”.

En primer lugar, el alma es cuerpo (mortal), y proporciona “el terreno común que permite agrupar ideas, deseos y acciones contradictorios como característica”[20] de lo que solemos llamar —sin pensar mucho en lo que decimos cuando nombramos algo— como sujeto. El cuerpo proporciona unidad e identidad, pero no es suficiente. Pues el yo es “coherente” temporariamente; a pesar de la ilusión, el yo, lo que llamamos yo, es una construcción constante. O sí se quiere, el yo es múltiple. O en palabras de Nietzsche, tenemos “la felicidad de contar no con un alma inmortal, sino con muchas almas mortales”.

Esta multiplicidad es subsidiaria de otro concepto: el devenir. El movimiento o las transformaciones hacen parte del universo; igual nosotros somos parte del mismo. En las palabras de Zaratustra: [...] De muchas amargas muertes ha de estar llena vuestra vida, creadores. Así defenderéis y justificaréis toda temporalidad. Para ser el hijo que vuelve a ser engendrado, el creador ha de anhelar también ser la madre que da a luz”.[21]

El alma —y no haremos, ni interesa para esta exposición, una distinción entre yo, sujeto, subjetividad—, el alma hemos dicho es mortal, múltiple, posee “una estructura social”, esto es, terrenal y temporaria. El alma es así un efecto de la época.

Ahora bien, todo este rodeo a dónde nos conduce. A una propuesta ética, que no tiene el imperativo ciego de para todos: “crearse a sí” implica una tensión entre el descubrirse y la creación, una transformación constante que conoce un horizonte pero no una llegada. En palabras de Nietzsche: “Todos lo que se hallan en ‘proceso de llegar a ser’ deben enfurecerse cuando perciben cierta satisfacción en este aspecto, un impertinente ‘dormirse en los laureles’ o ‘pagarse de sí mismo’”[22]

Como lo nombramos al inicio, al traer las fotografías y pinturas de Nebreda, su experiencia es tomada por el artista como un ascesis, no sólo en el sentido religioso que tiene (renuncia) sino en un sentido foucaultiano como transformación subjetiva. Ese “proceso de llegar a ser” no tiene fin. Quizá para este artista implica la muerte, su desaparición física, pero su obra está en el horizonte como un referente inacabado.

No toda experiencia límite, que conduce a una transformación subjetiva implica el dolor (aunque sí la muerte), mas sí una aniquilación de una parte de nosotros, un referente que nos daba la ilusión de “ser”. He dicho que una experiencia límite no implica el dolor, pero sí se encuentra “lo más cerca posible de la imposibilidad de vivir. [...], en el extremo”. Hay muchas formas extremas, por ejemplo la escritura. En palabras de Foucault:
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[...]la experiencia, de acuerdo con Nietzsche, Blanchot y Bataille,
tiene la tarea de desgarrar al sujeto en sí mismo, de manera que no sea ya el
sujeto como tal, que sea completamente “otro” de sí mismo, de modo de llegar a
su aniquilación, su disociación.
Y es este emprendimiento de
desubjetivación, la idea de una experiencia límite que desgarra al sujeto de sí,
la lección fundamental. [...] Y no importa cuán aburridos o eruditos hayan
resultado mis libros, esa lección me ha permitido siempre concebirlos como
experiencias directas, para “desgarrarme” de mi mismo, para impedirme ser
siempre el mismo.
[23]



“’desgarrarme’ de mí mismo, para impedirme ser siempre el mismo”, es toda una tarea ética, pues es el deseo de “que algo cambie en uno. [...]. [para] dejar de ser quien se es”[24].

Esta propuesta tiene consecuencias políticas: desalentar la ilusión del Uno —del mundo, de los hombres, de las subjetividades—, y la posibilidad de la multiplicidad de placeres o expresiones. No una propuesta para todos, sino el horizonte de poder ser distintos en lo social, en lo individual, en nuestra sexualidad. Esto es correr un límite que impide cristalizar y encapsular la identidad.

Y uno de esos ejemplos, como hemos visto, es la obra de Nebreda.
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Notas

[1] NIETZSCHE, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Madrid: Alianza Editorial. 1999. p. 173.
[2] Por torpeza escribo “exhibiendo”; creo que es una palabra insuficiente para expresar lo que hace este artista; una palabra moral y psiquiátrica que niega la intención de Nebreda de una “reducción a mí mismo” o “la desaparición progresiva”: “He pasado, afirma, por varios sistemas de recreación o desdoblamiento, y el menos malo me parece el autorretrato fotográfico y dibujado. Sobre todo el primero tiene unas características de verosimilitud, de plasticidad y de tiempo casi paralelas a un esquema mental convencional, y procuro aprender de ellas” (David Nebreda, Autorretratos. España; Ediciones Universidad de Salamanca. 2002.) (He querido subrayar esa frase última).
[3] Javier Panera, en la presentación de la obra fotográfica y pictórica David Nebreda, Autorretratos. Ibíd. (en libro no están numeradas las páginas).
[4] GENET, Jean. El objeto invisible, Barcelona: Thassàlia. 1997. p. 34.
[5] DERY, Mark, Velocidad de escape. Madrid: Ediciones Siruelas. 1998. p. 265.
[6] Afirma Jérome Neutres, en el “Prólogo” a la recopilación de ensayos sobre “arte” de Jean Genet, El objeto invisible, que el escritor al conocer al pintor Giacometti “conoce la creación de aspecto estoico y laborioso. Es para Genet [Giacometti] la encarnación de la búsqueda de la perfección artística. Se dispone entonces a imitar el aspecto desastrado, el humor desengañado, la indiferencia ante la comodidad, de Giacometti” (Jean Genet, El objeto invisible, Barcelona: Thassàlia. 1997. p.20). También Rembrandt serviría de modelo a Genet: el artista entrega todo su cuerpo y sus ideales a la obra; el verdadero artista va un más allá, no de otros artistas o de su sociedad, que puede suceder, sino que va un más allá de sí mismo. La expresión de Orlan es mediática y propagandística; con sus palabras —extensión de su grandilocuencia narcisística— niega la historia misma del arte.
[7] Ibíd. , p. 44.
[8] DERY, Mark. Ob. Cit. p. 255. Esta idea de Dery es la actualización de una sentencia de Zaratustra: el cuerpo es “una pluralidad con un sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor”.
[9] Para el examen de este concepto, Cf. Jean Allouch, “La ‘intensificación del placer’ (Foucault) es un ‘plus de goce’ (Lacan)”. Revista de Psicoanálisis y Cultura. Número 10. Diciembre 1999. (www. Acheronta.org).
[10] STOLLER, Robert. Dolor y pasión. Buenos Aires: Manantial. 1998.
[11] Ibíd. , p. 18.
[12] Ibíd. , p.194.
[13] Cf. ALLOUCH, Jean. Ob. Cit.
[14] BERSANI, Leo. Homos. Buenos Aires: Manantial. 1998. pp. 97-134.
[15] DERY, Mark. Ob. Cit. p. 210.
[16] Ibíd., p.244.
[17] El periódico Página12 en su edición del 19 de septiembre de 2004, tiene como titular “Un nuevo invento argentino sacudirá al mundo”. El artículo se ocupa de un dildo con un motor que le confiere “un movimiento de penetración: entra-sale-entra-sale por sí mismo, rítmicamente, en el orificio corporal donde haya sido introducido”. Y agrega el diario: “El aparato argentino fue desarrollado por Eduardo Omar Gómez, integrante de la Asociación Argentina de Inventores. [...][Explica su diseñador] “La mujer se sienta encima de la base, o bien se acuesta con el aparato entre sus piernas, aprieta el botón y el aparato empieza a funcionar –explica Gómez–; puede moverse durante 40 minutos sin ‘cansarse’.” El prototipo se mueve a velocidad constante pero la versión comercial contaría “con regulador de velocidad: más rápido o más despacio”. [Y afirma] “El aparato “funciona igual que el hombre”. Sin embargo hay un problema: “Necesito matrices, que son costosas, y maquinaria para la producción”, afirma Gómez y, como tantos empresarios argentinos, busca consuelo en el Estado: “Necesito apoyo económico del Gobierno para poder fabricar en escala, comercializar, exportar y así contribuir a bajar la desocupación”.
[18] NEHAMAS, Alexander. Nietzsche. La vida como literatura. España: Fondo de Cultura Económica. 2002.
[19] Citado por Nehamas. Ob. Cit. pp. 212-213.
[20] Ibíd. , 217.
[21] Citado por Nehamas. Ibíd., p. 211.
[22] Citado por Nehamas. Ibíd., p. 226.
[23] FOUCAULT, Michel. El yo minimalista y otras conversaciones. Buenos Aires: Biblioteca de la Mirada. 2003. p. 12.
[24] NEHAMAS, Ob. Cit. p. 189.